top of page
Buscar

El viejo

  • Eurus
  • 13 feb 2018
  • 3 Min. de lectura

Una fría noche de invierno, un viejo salió a caminar. Abrió la puerta del coche con sus manos huesudas y callosas. Sujetaba una lámpara de aceite mientras prendía la mecha para iluminar su oscuro camino. Era una de las pocas posesiones que aún le recordaban un pasado mejor.


No había nadie a su alrededor y el paisaje era completamente diferente al que dejó cuando se quedó dormido dentro. Al principio, el pobre viejo se asustó. Se pegó al coche y miró en todas las direcciones. La gente no trataba bien a los viejos como él y eso lo sabía muy bien. Gracias a dios, tenía un coche donde resguardarse del frío. Pensó que algún desgraciado lo movió para gastarle una broma. Pero no podía ser. El aparcó en una calle de la ciudad, y ahora se encontraba en mitad de una oscura y fría carretera rodeada de bosque.


Decidió andar un poco, hasta encontrar alguna otra luz o cartel que le indicase dónde estaba (tenía que ahorrar toda la gasolina que pudiese, ya no le quedaba nada de dinero). Cogió otra manta de dentro y, con su lámpara en la mano, se dispuso a caminar.


No sabía cuánto tiempo había estado caminando, pero no debía de ser mucho, aún conservaba energías. Anduvo en línea recta siguiendo la carretera. La lámpara calentaba sus dedos.


Al poco rato de empezar su camino vio a lo lejos otro coche aparcado. Se arregló un poco el pelo y cogió ánimo, en este último año, él y las personas no se habían llevado muy bien. Se acercó con cautela preguntando si había alguien. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para observar con detenimiento el coche, se quedó horrorizado. Una mueca de espanto se dibujó en su cara, pues se dio cuenta de que ese era su coche. ¿Había andado en círculos? No podía ser, estaba seguro de haber seguido la carretera en línea recta todo el rato.


Sería otro coche muy parecido. Se acercó más y vio las abolladuras de su coche. Un escalofrío recorrió su espalda. Se asomó al interior; un grito ahogado y un cristal rompiéndose fue todo lo que se oyó. El viejo había dejado caer su lámpara nada más mirar en el interior.


Allí dentro, dentro de su coche, estaba el mismo. Frío y pálido, con los ojos cerrados, tumbado en el asiento. Sin respirar. ¿Y ahora? Debía de estar soñando. Esto era solo una pesadilla. Pero no podía ser. Todo se sentía tan real…


El aire frío le golpeaba y notaba su corazón ardiendo y corriendo bajo la piel ¿Cómo iba a estar soñando? Se alejó con avidez del coche, mirando tras de sí y hacia al bosque, para asegurarse de que no había nadie. ¿Dónde demonios estaba?


Unos ojos lo seguían escondidos tras la maleza. La oscuridad los abrazaba y protegía y siguieron al viejo durante su travesía.


El hombre era demasiado mayor y hacía demasiado frío para que pudiese dar un paso más. Poco a poco fue cayendo al suelo, dejándose caer sobre el frío asfalto que parecía recibirlo plácidamente, como los brazos abiertos de una madre.


El viejo ya había muerto, pero él pensaba que sólo se quedaba dormido, desdibujándose, y que pronto despertaría de nuevo, en la ciudad, en su coche.


Pero había muerto, y los ojos le perdieron el interés.


A la mañana siguiente, la policía golpeó el cristal del coche, aún aparcado en aquella ciudad. El viejo estaba allí sentado, inerte. La policía lo sacó. Y la vida siguió para todos.




Entradas relacionadas

Ver todo

Comments


Entradas relacionadas...

Follow Me
bottom of page